El ritmo de mis palabras no tiene fin. Tan distinto de todo lo demás en este mundo. Ellas son la única salida, la única opción de trasgresión que yo conozco en este orden científico. Y lo juntan todo y lo separan a la vez. Son ellas el principio y mi final. Recipiente infinito de la existencia.

jueves, 23 de octubre de 2008

No existen las casualidades

Hace un tiempo en casa de una vieja amiga descubrí que los caprichos del destino a veces vienen a visitarnos sin avisar. El título de un libro, visto por azar en una estantería sería mi billete de entrada, el camino irremediable hacia el espejo. Jamás creí que que las acciones de épocas ajenas se entrelazarían con algunos de los sucesos de mi vida futura. Era un domingo del Octubre Bogotano, una tarde de nubes plomizas y recuerdos blancos, día de herencia inolvidable y de comprender que los sueños, una vez que se cumplen, se nos caen de los ojos como pequeñas gotas de rocío. Así fue la tarde en que conocí a Meira del Mar. Escuché su trémula voz al otro lado del teléfono removiendo mi pasado y mi futuro, acercándome al legado desconocido de mi propia estirpe y regalándole a mis versos una sonrisa permanente.
Desde entonces encontré un refugio de blancas paredes en medio del cálido y natal Caribe Colombiano. Lugar de añorada visita que quiere ganarle al tiempo. Donde la débil memoria, la soledad y los ojos vacíos jamás devoran la cándida devoción al arte de las palabras - que es el mismo arte de saber amar sin esperar nada a cambio.
Así, años después de aquel encuentro las casualidades se me clavan en el pecho. Me veo sentada delante del espejo escuchando la poesía del tiempo, contemplando mis ojos en los ojos perdidos de la soledad, mi espíritu en otro espíritu que no se extingue ni siquiera con el último suspiro del ocaso. Nuevamente es Octubre y veo a mi propia mujer en dos mujeres que me están enseñado olvidarme del blanco miedo.
Agradezco a la hermandad de las palabras, al cariño de mi infancia que una tarde me regaló una llamada telefónica, a los nombres y los rostros que permanecen siempre como pequeños talismanes de la memoria. Y aunque no puedo recordar el día en que conocí a Maruja Vieira, gestora silenciosa de ilusiones, quiero regalarle las palabras que salen de un corazón sobrecogido de alegría.

1 comentario:

Clarisa Vitantonio dijo...

Moni,
Gracias por hacerme viajar con tus palabras y devolverme al origen. Ese que siempre nos persigue, y nos hace. Dulce miel de texto.
Libro???
Besazos desde el Paraná.
Clarisa