El ritmo de mis palabras no tiene fin. Tan distinto de todo lo demás en este mundo. Ellas son la única salida, la única opción de trasgresión que yo conozco en este orden científico. Y lo juntan todo y lo separan a la vez. Son ellas el principio y mi final. Recipiente infinito de la existencia.

domingo, 10 de mayo de 2009

Escapes...

El resultado de mirar por la ventana, es que a veces no puedo evitar que mis ojos se escapen a la fantasía. Y es que no hay mejor pasaporte para los sueños que el sentirse absorto en el profundo azul, en la magia de las nubes.

Sin embargo no puedo dejar de pensar en el cielo mas bonito que he visto jamás, que es el cielo de mi querida Bogotá. Tal vez sea la luz que parece de caramelo, la textura de las nubes que a veces son de plomo, las montañas o simplemente que el azul se ve mas intenso desde el hogar...

Recuerdo la última vez que dejé mi añorada ciudad; una tarde de despedida en la que miré hacia arriba justo antes de partir, con las maletas llenas de recuerdos, y pensé: - Quisiera llevarme el cielo en una cajita...-

Aun así y sin importar donde me encuentre, el cielo siempre es el cielo; místico talisman, brújula de soledades, oráculo milenario que aloja los misterios mas profundos de la humanidad. Silencioso cómplice que cubre nuestra intimidad con su sábana de secretos. El ojo que todo lo vé, testigo omnipresente de nuestros tesoros y de nuestras miserias. Nadie jamás ha podido engañar al cielo.

Y aunque no puedo saber con certeza si al decir cielo nos referimos a uno o a muchos, se que en esencia es un espejo como la realidad, y en él cada cual tiene su propio reflejo. Entonces ¿tiene sentido pensar en tu cielo, mi cielo...nuestro cielo?

En últimas, el cielo no es mas que ese ámbito paralelo a la verdad, dimensión en la que cada uno decide transitar para tomarse un respiro. Ápice de soledad que nos conecta con lo mas profundo de nosotros mismos y que nos sirve de escape cuando la realidad nos resulta demasiado ardua para habitarla.